miércoles, 15 de octubre de 2008

Vidas I parte

No recuerdo que hora es. De hecho ni siquiera me importa que hora pudiera ser. No tengo intención de pensar en el tiempo, de conocer su desliz, de apropiar en mis manos o acorralar los segundos como queriendo ahorrarlos. Y eso, simplemente, es porque no me importa el tiempo.
No trato de aprovechar mi vida, no tengo una contrarreloj contra la que lidiar, no tengo horas que puedan convertirse en lucha incesante, debate contra mi propia vida, monólogo contra mi propio ser.
No pretendo aprovechar las horas muertas, no dependo de llegar pronto o tarde, pues el tiempo me sobra, no lo necesito, no lo quiero, no lo estimo, no lo valoro, no lo siento, no lo pretendo, no lo adoro, no lo vivo.
Nunca pierdo el tiempo, porque el tiempo no marca la pauta que debo seguir. Disfruto de la nada, porque en ella encuentro el todo, no siento lo perdido porque allí me siento a mi mismo.
Las manecillas del reloj se estarán moviendo. Lo desconozco, pues no tengo reloj que marca la pauta del tiempo, mi vida.
La gente vive deprisa, camina despacio, y vive en pro de los años. Yo, no.
Ignoro mi edad, pues no conozco el día en que nací, ignoro tanto que desconozco los famosos anales de la historia, y detesto los aniversarios, pues forman parte de la misma. Ignoro el significado de la palabra cronología.
Tanta ignorancia repele mis sentidos, como si de mis sentidos naciera el más súbito impulso hacia la infinidad, nimiedad sin mayor significado que la propia inexistencia.
Camino deprisa, pues así lo he decidido, y sin pretensión de mirarte a los ojos, tu te inclinas hacia como mi, con un acto de reverencia ante mi persona.
No voy a mirarte a los ojos, y ni siquiera mediaré palabra contigo, tan solo asentiré con mi cabeza, mientras en mi pensamiento sé que vos no sois digno de mi, pues yo vivo en un jardín, perfecta sintonía con el cielo. Veo las estrellas cada noche desde mi alcoba, disfruto del sendo vino corriendo por mis entrañas revestido de plata en su interior, pues mi estirpe es noble, sangre real ante la presencia de los vasallos.
En invierno, la blanca nieve recubre los cuatros jardines que dispongo, y mientras el frío hiela el corazón humano, yo lo disfruto pasando cada instante con él. Las estrellas son la luz que alumbra mi alcoba, y es ella que mis ojos admiran a ver los más preciosos paisajes que nadie pueda contemplar.
En otoño la caída de la hoja, y el color amaranto pretendiente de sobriedad, y en primavera el nacimiento de las más bellas flores anunciando el clima estival que tiene por llegar.
Es por ello, que en mi castillo, tan grande como una ciudad, vivo sin importar cuan segundo pueda pasar, mientras tu, caminas despacio en pro de tu lugar. Te vuelves a reclinar ante mi, el sudor de tu andar con tu traje bien parecido inunda mi propio hedor, confundiéndose con la cara colonia que portas a día de hoy.
Por fin llega el invierno, y con él los últimos días de mi vida, pues con el euro que me has dado beberé el vino que caliente mis entrañas para con un poco de suerte no ver despertar un nuevo día.
Últimas noticias, ninguna. El olvido es mi nombre, y nadie, excepto los servicios sanitarios y los servicios de pompas fúnebres junto a la policía sabrán la verdad de mi propia vida.

0 comentarios: