sábado, 15 de noviembre de 2008

Naturaleza


Pienso, y cuando el silencio invade mi mente, cuando la palabra se ahoga en el viento, es cuando únicamente siento, y pienso. Cuando los coches no enturbian el sonido, cuando los grillos cantan sin que nadie les moleste, cuando el leve caer de un copo de nieve es más que suficiente para aclarar en nota de La mayor.
La vibración es tan aguda, tan nimia, que el oído es capaz de percibirla, y sólo entonces, la paz que nace dentro de mi ser, es propia de mi ente.
Caminamos despacio, no existía la prisa.
Caminamos deprisa cuando el frío hizo su aparición.
Simplemente caminamos mientras observábamos el paraje que acontecía a nuestros pies.
Quizás, y solo quizás, hace más de mil años, dos personas caminaron sobre los pasos que hoy incidimos, habiendo sido borradas por el inapelable tiempo, juez y verdugo de todo que se interpone a su paso, las huellas que un día dos personas dejaron en ese mismo lugar.
Cruzamos la puerta sobre la que se erigía perfecta una torre, e imagen de guerreros defendiendo el castillo del señor feudal viene a mi mente, mientras que desde las almenas con lanzas y flechas defendían el honor de un caballero y de una princesa.
El color cobrizo de la arena teñido con el verde de los jardines que allí descansaban, el lento pasar del agua sobre su cauce, y las paredes rocosas que se cernían orgullosas por vencer a cada segundo el insaciable tiempo, era lugar más que hermoso para contemplar la magnificencia propia de la beldad que allí entonaba su bello cántico.
Pero todo sin sentido y sin razón, porque en tu mirada yo me perdía, el juego de colores, la majestuosidad con la que dos halcones surcaban el cielo no era comparable con lo que en tus ojos sentía estupefacto.
Quizás y solo quizás, fuere hace mil años cuando un hombre se perdió en los ojos de una mujer, y allí encontró el camino hacia la propia belleza, la naturaleza en un estado puro como álveo en lo alto de una montaña.
El río se reflejaba en su mirada y aquel hombre allí se perdió.
El color verde de sus ojos solo eran comparables con el paraje de natura que se disponía en aquel lugar, el gris montañoso tocaban sus pupilas, y el rojo arenisca escondía la calidez de sus labios.
Su pelo caía sobre sus mejillas, tan lentamente que prófugo de sentimientos envidiaba poder acariciar como su propio pelo lo hacía, y sin querer, evitando derramar una melódica nota con el viento, se movía al compás que lo hacía imprevisible a la vez que hermoso.
Su cuerpo dibujaba una cascada, grácil y frágil a la vez que fuerte y sencilla. Como si no pudiera encontrar defecto alguno, haciendo imposible no contemplar la simple perfección, que no que otra cosa que la falta de imperfección.
Quizás, y solo quizás ese hombre que un día admiró algo tan bello, algo tan honesto y sincero como la belleza dibujada en el rostro de una mujer, fue motivo suficiente para que yo pudiera admirar la vista que un día aquel observó.
Al igual que un día existieron casas donde allí moraban personas, al igual que las mismas caminaban en pro de la defensa cohabitando el lugar, sembrando la cosecha, desafiando el clima gélido en invierno, cálido en verano, al igual que todo a día de hoy se encuentra en ruinas, el pensamiento y recuerdo que nace de mi mente en un día como hoy permanecerá inapelable al paso del tiempo, inmutable a los cambios, simplemente rompiendo con su perfección, simplemente quieto, desafiante del tiempo.

0 comentarios: